viernes, 30 de octubre de 2020

LOS RELATOS DE TERROR Y MISTERIO GANADORES SON...


Hoy, 30 de octubre de 2020, hemos entregado los premios a los ganadores del Concurso de Relatos de Terror y Misterio, organizado por el Departamento de Lengua y Literatura. Este concurso forma parte de las actividades programadas dentro del Plan de Lectura. Las profesoras Ana María Santa Isabel, M. Ángeles Fernández y Pilar Conde han sido las encargadas de elegir los tres relatos ganadores, que pasamos a presentar:

Daniel Hernández Merino, de 1º ESO A, con este misterioso relato:

EL VIRUS Z

En un pequeño pueblo a las afueras de Nueva York, un científico trabajaba en su laboratorio, intentando crear una cura para cualquier enfermedad. Ese científico se llamaba Daniel Lennard. La cura no le iba muy bien. Trabajaba muchas horas y no conseguía el más mínimo resultado. Su alarma sonó. Era su tiempo de descanso. Abrió la ventana porque la cura olía fatal. Salió de la habitación y chocó contra una pared. Se recompuso, pero no se dio cuenta de que había tirado una sustancia extremadamente tóxica, la cual cayó en el dial de la cura experimental. Aquel brebaje soltó un humo de color verde grisáceo que intentó salir por la puerta por la que salió Daniel, pero estaba cerrada. Entonces salió por la ventana abierta en el momento en el que un tipo pasó por ahí. El hombre respiró aquel humo. Notó un mal olor, pero no le sucedió nada. Pasado, sin embargo, un minuto empezó a volverse del mismo color que el humo, su cuerpo se transformó en el de una persona huesuda a la que se le notaban las costillas, sus uñas crecieron hasta 10 cms, desgarró su camisa y se le abrieron un montón de heridas. Poco a poco se fue transformando en un zombie.

El zombie caminó hasta la ciudad. Allí arañaba a la gente para contagiar el virus. Todo el mundo intentaba huir, pero fuera donde fuera, le aguardaba un zombie, deseoso de contagiar. Al cabo de una media hora, medio pueblo estaba contagiado. Todos se encerraban en sus casas y llamaban a la policía, pero lo único que oyeron fueron balbuceos de otro contagiado. Otros corrían peor suerte, ya que al llamar no sucedía nada, pues tenían los cables cortados, y, además oían balbuceos a sus espaldas. Cuando aquellos infelices se daban la vuelta, muertos de miedo, veían un zombie. Gritos. Es lo único que se oía. Todos los habitantes de aquel apacible pueblo se convirtieron en sanguinarios monstruos.

Daniel estaba descansando mientras leía una revista. Alguien llamó a su puerta. Daniel se levantó a abrirla. No vio a nadie, y eso que la puerta era de cristal. Pensó que era una broma. Se dio la vuelta y volvieron a llamar. Se empezó a asustar. Miró de nuevo y vio una uña sobresalir. Cuando abrió ligeramente la puerta, todo el pueblo, ahora convertidos en monstruos se amontonaron  empujaron la puerta, pero Daniel activó el inmediato cierre de todas las puertas y ventanas. Se preguntó cómo podían haber acabado así. Se sobresaltó al darse cuenta de que era cosa de la cura y el producto tóxico al ver los dos diales en el suelo y mezclados. Seguía saliendo humo, pero estaba protegido por el traje antivirus. Se acordó de que si hacía la cura a tiempo podría convertir a todos en humanos otra vez. Trabaja sin parar mientras cientos de zombies aporreaban la puerta. La cura estaba hecha. Intentó echársela, pero el zombie se levantó y le empujó, dejando caer una vela sobre la cura. Pensó que todo estaba perdido, pero hubo una explosión que repartió la cura por todo el pueblo. Daniel no se lo creía. Salió a explicárselo a todos mientras se iban a dormir. Apagaron las luces del laboratorio, pero unas uñas gigantes se asomaron por la puerta. Todos se fueron a dormir tranquilos esa noche. Pero ninguno despertó, al menos siendo humanos.

 

 Miguel García Alonso, de 3º ESO A, con esta inquietante historia:

Era una fría noche de octubre, exactamente la noche del 31 de octubre. Mis amigos y yo habíamos quedado para pasar juntos la noche de Halloween como es bastante común entre la gente de mi edad. Algunos se disfrazan y otros no. Yo lo encuentro un poco infantil, así que no me disfrazo. Tras dar una vuelta por el pueblo y darnos cuenta de que no había mucho ambiente, decidimos hacer algo interesante. No recuerdo exactamente quién lo propuso, creo que fue Alberto, pero no estoy seguro. A ninguno nos pareció mala idea bajar al bosque que hay cerca del pueblo. Además, Leo tiene un terreno con una pequeña caseta en la que dormiríamos. Para bajar al bosque cruzamos un puente y tras continuar unos cinco minutos por un camino cerca de la carretera llegamos al bosque. En ese camino no hay muchas farolas, por lo que decidimos encender las linternas de nuestros móviles. Cuando por fin llegamos a la caseta de Leo, estaba bastante oscuro y hacía frío. Para calentar la cena, Juan se encargó de encender la chimenea. Mientras el resto decidimos comenzar a jugar a las cartas, para echarnos unas risas y entretenernos antes  de cenar. Como Leo se aburría decidió salir fuera a hacer compañía a Juan. Cuando salió, Juan no estaba, nos avisó a los que aún estábamos dentro acabando la partida. Entonces todos salimos a buscar a Juan. Pero como había oscurecido y no había casi luz tuvimos que entrar a por los móviles y de nuevo encender las linternas para buscarle. Tras un buen rato decidimos salir fuera de la finca a ver si lo encontrábamos por allí. Y aunque por parejas dios una vuelta por los alrededores no encontramos. Así que decidimos dejar la búsqueda de Juan y posponerla para el día siguiente, pensando que a lo mejor se había ido a su casa. Cenamos y nos fuimos a dormir.

Cuando nos levantamos, desayunamos y retomamos inmediatamente la búsqueda de Juan. Alberto y yo volvimos al pueblo para ir a su casa a ver si estaba allí. Matías y Manolo lo buscaron por el bosque. El resto se acercaron a la orilla del río para ver si estaba por allí. Aunque no conseguimos encontrarlo. Desesperados decidimos ir al cuartel de la Guardia Civil para que nos ayudasen a buscarlo.

Como era el día de Todos los Santos, Manolo quería ir al cementerio a llevar unas flores a la tumba de su abuelo. Le acompañamos Alberto, Matías y yo porque todos nos habíamos quedado con muy mal cuerpo tras la desaparición de Juan y no queríamos estar solos ni volvernos a nuestras casas. Cuando entramos al cementerio, un viento extraño nos empujó con fuerza hacia un viejo panteón. Cuál fue nuestra sorpresa cuando, tras el polvoriento cristal de la puerta, vimos que nuestro amigo Juan ¡estaba allí dentro! Alberto se abalanzó sobre la puerta, pero por más que tiraba no podía abrirla, estaba cerrada. Los cuatro golpeamos con fuerza el cristal para hacer ruido y despertar a nuestro amigo. Por más golpes que dábamos, Juan no se movía. Nos temimos lo peor, ¿cómo habría llegado allí?, ¿estaría muerto? De repente, se hizo un largo silencio. Nosotros ya no sabíamos qué hacer ni qué pensar. Estábamos realmente asustados.

En ese momento oímos ruidos dentro del panteón, ruidos muy extraños. Nos miramos entre nosotros, perplejos; sin darnos cuenta, los cuatro nos juntamos tanto que formábamos una especie de ovillo como para protegernos de algo raro que nos daba miedo. Oímos unas carcajadas burlonas que provenían del interior del panteón, crujieron las paredes y de repente con un sonido chirriante se abrió la puerta. De nuevo comenzó a soplar un viento tan fuerte que nos empujó al interior.

Ahora sí que estábamos aterrados y para remate la puerta se cerró de un portazo. Alberto y Manolo estaban paralizados por el miedo. Matías y yo nos abalanzamos hacia la puerta para salir de allí. Pero… no conseguíamos abrir la puerta. Intentamos tranquilizarnos y nos acercamos a Juan para ver si respiraba. Tenía pulso y su respiración era lenta. Lo zarandeamos varias veces para ver si se despertaba.

En el panteón hacía mucho frío. Miramos a nuestro alrededor: había 4 tumbas, una era de un joven que murió con 20 años, un 31 de octubre de hacía 50 años. La lápida que lo cubría estaba abierta. La situación era espeluznante y casi no nos lo podíamos creer. Alberto y Manolo estaban al borde de un ataque de pánico, a mí me latía el corazón muy fuerte, tanto que pensaba que se me iba a salir del pecho. Matías era el único que conservaba la calma. Empezamos a escuchar una especie de soniquete que al principio casi era imperceptible, pero poco a poco iba aumentando su volumen hasta que finalmente se convirtió en una voz que repetía “Juan, Juan, despierta” No nos atrevíamos ni a gritar. Matías sujetaba la mano de Juan que poco a poco empezó a moverse. Tardó un rato en abrir los ojos. Cuando ya consiguió despertarse del todo y se dio cuenta de donde estaba, se levantó de un salto y de su garganta salió un grito ahogado. ¿Dónde estamos? ¿Qué hacemos aquí?

 

Y Eva Cifuentes Gómez, de 2º Bachillerato A, con esta perturbadora narración:

Era la noche de Halloween, yo no creía en esas cosas y de hecho era una de las noches del año que más odiaba, siempre he pensado que es mejor dejar a los muertos en paz; no obstante, era una buena excusa para salir y pasarlo bien con mis amigos. Me dirigía a la casa de Sara, una chica de mi clase, que montaba una fiesta; de camino me encontré con un grupo de adolescentes, más o menos de mi edad, intentando asustar a esos pobres niños disfrazados de cosas ridículas; con aquella historia…estaba harta de escuchar la misma leyenda de todos los años, vampiros, en concreto la historia se basa en uno, Malaki. Todo empezó sobre los años cincuenta, su protagonista era un pobre hombre viudo que estaba doliente de alguna enfermedad terminal de la época. De él cuidaba su hija Katherine, una joven encantadora que tenía el peso de cuidar de ese hombre, según dicen, aterrador y vil; cuentan que siempre ha sido así, tenía un aspecto sombrío, tenebroso, similar a la muerte. Cuando cayó enfermo su hija iba a verle todos los días, a aquella pequeña casa en la que vivía solo (ya que la joven vivía con su tía), pero nunca entraba; de ahí una de las partes de la leyenda, nunca puedes entrar en la casa de un vampiro o eso dicen, por lo demás llevaban una vida ‘normal’ a juzgar con cómo interpretes el significado de esa palabra, hasta que en la noche de Halloween, una gran tragedia sucedió en aquella casa. Katherine apareció muerta y de su padre no se sabe nada, solo encontraron una nota escrita con el puño y la letra de Malaki: “el 31 de octubre, noche de todos los muertos, tu puerta se abrirá y con ella tu alma se apagará”. Nadie sabe lo que podría significar con total seguridad: unos piensan que fue un simple asesinato; ese hombre estaba loco, quién sabe de lo que era capaz de hacer, luego acabaría muriendo en cualquier lado por culpa de su enfermedad, y la carta, simples palabrerías.

Pero ¿y si  eso no es así? Y si en realidad Malaki no era el malo en esta historia, quizás Katherine era el vampiro, si os paráis a pensar en esa carta, “tú puerta se abrirá y con ella tu alma se apagará”; la que entró fue Katherine en la casa de su padre, no al revés, ¿verdad? En todo caso, sería más normal que los vampiros no pudieran entrar en la casa de un simple mortal y corriente o eso explican en esa saga completamente surrealista llamada “Crepúsculo”. Venga, en serio, ¿vais a creer en vampiros? Son simples leyendas infantiles.

(Toc-toc) ¡Feliz Halloween!

-Anda, por fin estás aquí. -Dice Sara emocionada.

-Sí, perdón, me he entretenido por el camino.

- Qué haces ahí puesta como un pasmarote en la puerta, pasa Katherine.


    ¡¡¡MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS PARTICIPANTES Y ENHORABUENA A LOS TRES GANADORES!!!